Thursday, May 19, 2011

Cuatro

Capítulo Cuatro

Las semanas siguientes estudié Inglés demasiado. No hice ninguna de mis otras tareas y un día en la clase de Química, la maestra me detuvo después de clase. Tuve miedo porque no pude adivinar lo que iba a pasarme.
Esperé en mi pupitre hasta que terminó hablando a unos otros estudiantes de un proyecto. Después, ella se sentó en un pupitre en frente del mío.
—OK, chico, —me dijo en Inglés—. No has hecho nada en mi clase desde que empezaste. ¿Qué te pasa?
—Pues, —dijo en mi Inglés horrible—. La verdad es que he estado tratando de aprender Inglés, porque no creo que pueda hacer nada sin poder hablarlo.
—Tienes razón pero también tienes que trabajar en tus tareas. Tienes suerte asistir esta escuela por gratis y no la estás utilizando.
—Sí pero, ¿cuándo propone usted que aprenda yo Inglés?
—En tu tiempo libre. Contrata un profesor. Hay muchas formas de aprender una nueva idioma.
—¿Cuáles son?
—Por ejemplo, cuándo estaba aprendiendo Francés, escuché mucha música en la lengua y también miré muchas películas francéses.
—Pero, Señora, no tengo un estéreo ni una tele.
—Pues, hay otras formas. ¿Has tratado de leer un libro en Inglés?
—No, no creo que pueda.
—Entonces, busca un libro muy fácil en Inglés y un diccionario Español-Inglés. Léelo cada día cuando estés en el bús. Sería difícil pero mejorará tu Inglés.
La agradecé para su ayuda y prometí que haría yo mi tarea.

Por el almuerzo, fui a la biblioteca para buscar un libro. Busqué y busqué pero todos los libros parecían demasiado sofisticados. Finalmente encontré un libro que había leído muchas veces en Español. Fue más o menos un cuento para los niños acerca de vampiros y hombres lobos. Registré la salida del libro y fui a la cafetería para comer con los otros estudiantes.
En vez de hablar con mis conocidos, leí mi libro con el diccionario abierto, listo para buscar palabras desconocidas. Por mi sorpresa, leí tres páginas sin muchas problemas durante los 15 minutos que tuve.
Después del almuerzo, regresé a clase y por la primera vez, me concentré en la tema actual de la clase.

La semana siguiente la escuela nos mandó mis notas. Fue un desastre porque saqué dos notas de D y cuatro de C. Nunca había sacado notas así y mi mamá por la primera vez desde que era niño tuvo que castigarme.
—Tú no vas al parque, al restaurante, al cine, ni vas a ver a esa chica, —me dijo—. Las únicas cosas que puedes hacer son ir a la escuela e ir para llevar a tus hermanos. Nada más, ¿entiendes?
—Entiendo, Mamá, —dije yo, avergonzándome de mi mismo. No pude creer que casi había reprobado dos clases, siempre había creído que era yo inteligente y que prometía mucho, pero había lastimado a mi Mamá. Lo hice sin querer pero lo hice de todos modos. No le dije que reprobé por no saber como hablar Inglés, ni le dije que no fue mi culpa. Acepté mis castigos y fui a mi cuarto para estudiar para las clases que casi reprobé.
La problema más fatal fue que no fue entender los libros de texto. Entendía algunas palabras de vocabulario de la Química como “Oxygen,” pero solo entendí estas porque eran tan básicas. Tuve muchas dudas de mis aptitudes pero no le dije nada a mi mamá. Empecé a pensar que la idea de la Señora de la Química no era tan mala. Necesité un profesor.
Pero solo había una pregunta; ¿Vale la pena preguntar a Mamá? Era posible que no teníamos dinero suficiente para pagar a un profesor y también no quería parecerle estúpido. Por el otro lado, no quería reprobar todas mis clases, y no pude estudiar para nada. Decidí hablar a mi mamá de la situación. Me aseguré esperar hasta que se calmó para hablarle.
—Mamá —dije cuidadosamente—. Tengo que habarte de algo. Por favor no digas nada hasta que te diga yo.
—Ándale pues, —me dijo.
—Pues, ya sabes que saqué malas notas, y hay una razón.
—¿Y la razón es…?
—Pues, hay muchas. Una es que no entiendo lo que dicen
los maestros. Otra es que no puedo leer los libros de texto para estudiar, y final es que no puedo entender la tarea ni los exámenes. Todo es por no poder hablar Inglés.
Ella no dijo nada y solo me miró por algunos minutos. Después, dijo: —¿Y qué sugieres que hagamos?
—Sugiero que contratemos un profesor, —contesté.
Ella pensó por algunos más minutos y después se levantó y caminó hacia la puerta.
—Mamá, —dije—. ¿A dónde vas?
—A llamar a la escuela para pedir un profesor por gratis, —me contestó.
Y se fue sin gritarme ni castigarme de nuevo. Estuve feliz pero confundido. ¿Por qué no me dijo nada? Quizá ella estuviera tan furiosa que no pudiera hablar. No sabía, pero me di cuenta que iba a recibir la ayuda que necesitaba y por eso estuve feliz.

El día siguiente fue un viernes y por eso me traté de quedar despierto hasta que llegó Mamá. No me dijo nada ese mañana y quería hablarle de nuevo. Había estado estudiando todas las horas después de clase y cuando ella llegó me había quedado dormido encima de un libro de texto.
Me desperté con la suena de la puerta y me levanté para darle la bienvenida a mi mamá. Para mi sorpresa, un hombre desconocido estuvo siguiendo a mi mamá por la puerta.
—¿Quién eres tú? —Pregunté al hombre, sintiéndome furioso.
—¡Pancho! —gritó Mamá—. ¡Mantén los modales!
La miré con la cara confundida pero la obedecé.
—Perdóneme, —le dije—. ¿Cómo está usted?
—Muy bien chico, —me dijo—. Perdóname por no presentarme. Soy José. Supongo que eres Pancho.
—Sí Señor, soy Pancho.
Mamá le cuchicheó algo a José y él fue al cuarto de Mamá. Cuando se había ido mi mamá me dijo a mí: —¿Qué te pasa Pancho? ¿Quieres arruinar mi relación con este hombre?
—No sabía que tuvieras una relación, Mamá —le dije—. No es mi intención.
—OK entonces ¿que quieres? ¿Por qué me esperaste?
—Quise hablar de nuevo de mis notas. He estado estudiando, mira.
Señalé a los libros con el dedo. Ella me sonreí y puso la mano en mi hombro.
—Estoy orgullosa de ti, Pancho, —me dijo—. Y los administradores van a encontrar un profesor para ti. Todo irá bien. Pero todavía tienes algunos castigos hasta que tus maestros me digan que estés mejorando.
—OK, Mamá. Ahorita me voy a acostar.
—Pues, buenas noches.
—Buenas noches.

Tuve que esperar muchos días hasta que llegó mi profesor a la escuela. Estuve feliz tenerlo ayudándome, pero había algunos conflictos. Por ejemplo, dos días cada semana, me iban a detener después de clase para una sesión con el profesor, pero cada día tenía que llevar a mi hermana de su escuela primaria. No quise que ella tuviera que tomar el bús sola.
Mamá dijo que la cosa más importante era mejorar mis notas y que Julia estaría bien tomando el bús sola. No la creí pero la obedecé.
La primera sesión con el profesor fue un desastre. Los administradores me dieron un hombre que no hablaba Español nada. Podía haber sido mejor pero también fue un desastre porque algunas veces no entendí una frase que no traducía el diccionario y por eso no podíamos comunicarnos. También me hizo un poco enojado porque era un gringo. Normalmente no sería una problema pero era el tipo de gringo que pensaba que los inmigrantes eran estúpidos y que no valían nada. Traté de ignorarlo pero su ignorancia era tan obvio que no pude.
Por ejemplo, había algunas frases que me dijo que no entendí, no muchas pero algunas. Cuando le pedí repetirlas, gritó las frases como era yo sordo, no hispanohablante. Le quise gritar alguna frases que no se puede mencionar pero no lo hice. No valía la pena.
A pesar de tener un profesor, todavía estuve castigado. No tuve nada para hacer aparte de estudiar y jugar con mis hermanos. La verdad es que extrañé a Evangelina. Ella era un motivo adicional para mejorar mis notas.

Una noche, cuando me cansé de estudiar, salí de hurtadillas y corrí al teléfono publico para llamar a Evangelina. Me había estado sintiendo mal por no decirle nada antes de dejar de visitarla. De prisa marqué su número mientras trataba de pensar en lo que iba a decir.
—¿Hello? —Alguien contestó mi llamada.
—¡Hola! —dije yo—. ¿Me permite usted hablar a Evangelina?
—¿Y quien habla?
—Soy Pancho.
—OK, un momento.
Esperé algunos minutos y de repente oí la voz de Evangelina. La oí preguntando a su mamá quien la había llamado. Después de algunos más minutos me parecía que no me quiso hablar. Me preocupaba hasta que me dijo: —¿Pancho?
—¿Qué pasa, Evangelina? —Le pregunté—. He estado tratando de encontrar la manera de llamarte. Estoy castigado.
—Yo pensé que me hubieras olvidado, —me dijo, pareciéndome sorprendida—. ¿Por qué estás castigado?
—Por mis notas. Estoy castigado hasta que mejoren mis notas o que cumpla yo dieciocho.
—No eres idiota. ¿Cómo reprobaste clases un una escuela pública?
—Yo no reprobé, saqué dos notas de D y cuatro de C.
—Ay, que Dios te ayude. ¿No le dijiste a tu mamá que yo puedo ayudarte?
—No, contratamos un profesor. Me va a ayudar él.
—¿Tu profesor habla Español?
—No, pero me enseña Inglés.
—¿Cómo te enseña Inglés si no habla Español? ¿Cómo lo entiendes?
—No entiendo todo pero voy a mejorar. No he tenido tiempo suficiente para aprender todo lo que me puede enseñar el profesor.
En este momento, no entendí lo que decía Evangelina. ¿No quería ella que tuviera un profesor para ayudarme con la idioma? Tal vez fue que ella quería enseñarme ella misma, o que ella quería que aprendiera yo lentamente. Quise preguntarle pero no pude hacerlo.
—Pues, —me dijo ella—. Espero que te diviertas con tu profesor.
—¿Qué te pasa, Evangelina? —Le pregunté finalmente—. Yo no entiendo el problema.
—No hay problema. Si quieres dejar a tu amiga para un profesor, sigue.
—Te has enloqueciste. No quiero dejarte, no es nada así. Yo espero que---
Dejé de hablar cuando me di cuenta que ella había colgado el teléfono. Yo también colgué el teléfono y empecé a regresar a casa, lentamente y cuidadosamente.
¿Qué le pasa? Me pregunté. Yo no hice nada para que ella se enoje. ¿Por qué cree ella que estoy dejándola? Le dije que estoy castigado. ¡No es culpa mía!
Cuando llegué a la puerta no tuve miedo de que Mamá me atrapara. Solo abrí la puerta y entré la sala. Estuve sorprendido cuando vi a Mamá y su nuevo novio José sentados en el sofá. Mamá estuvo llorando y José le hablaba en voz baja.
Yo estuve listo para matar a este hombre si fue él que le causó a Mamá a llorar. Lo miré con frialdad y traté de calmarme. Cuando finalmente me notó Mamá, di un grito ahogado.

—¿Qué pasa aquí? —Pregunté, tratando de mantener un nivel de cordura.
El hombre de mi mamá me miró y sacudió la cabeza.
—Tu mamá tiene problemas con el trabajo —dijo el hombre—. Son muy graves. Te debes sentar.
Me senté en el piso al lado de mamá y la miró con mucha curiosidad. No la presionó decirme. Esperé hasta que dejó de llorar y le di un Kleenex.
—Gracias, Pancho, —dijo, sonándose la nariz—. De todas maneras todavía los tengo a ti y a tus hermanos.
—Mamá, ¿qué ha pasado? ¿Perdiste tu trabajo? —le pregunté.
—Es peor, Pancho. Es posible que tendremos que mudarnos de nuevo.
—¿A dónde?
—A otro estado. José dice que puede ayudarnos y quizá vivir con nosotros. Tiene familia en Arizona.
—Mamá…todo está bien si quieres que nos mudemos, pero ¿por qué es necesario? Tenemos una buena vida aquí. Julia y yo—pues, Julia tiene amigos. He empezado a mejorar mis notas. Todo va bien.
Mamá empezó de nuevo a llorar. Fue obvio que algo muy malo había pasado. La abracé y pregunté de nuevo de lo que pasó.
—Pancho, no debo decirte, pero estamos en riesgo de tener que regresar a México.
—¿Por qué? —le pregunté. Miré a José— ¿Qué hiciste tú?
—¡Nada, tonto! —dijo José—. ¡Escúchale a tu mamá!
Miré de nuevo a Mamá. Estuve tan confundido que no pude pensar. Mamá había escondido algo para que no me preocupara yo. Normalmente ella no era así. Éramos como amigos.
—Pancho, —dijo Mamá— mis jefas son crueles. Es culpa suya.
—¿Qué hicieron? —Pregunté.
—Me amenacé con el regreso a México porque Alejandro rompió algo en una casa que estuve limpiando. Traté de repararlo, y también prometí que lo reemplazaría. Pero ellas no querían eso. Todas mis jefas les hablaron de Alejandro y decidieron que no debe él acompañarme al trabajo. Les dije que no era posible y me amenacé. Saben donde vivimos, Pancho.
Esperé un momento antes de contestar. Quería que Mamá se calmara. Para ella, necesité ser fuerte, no importaba que tenía José. Yo era el hombre de la casa.
—Mamá, —le dije en voz baja—. No nos vamos a entregar. Nos vamos a quedar.
—Pancho, —dijo Mamá—. Eres un niño con tanta esperanza, y por eso y mucho más, te amo. Pero por la primera vez en toda tu vida, haz lo que te pido. Esta vez es más importante. Por favor.
Yo no sabía lo que debía decir. José me estuvo mirando con la mirada asesina y finalmente entendí. Esta fue una circunstancia ajena a nuestra voluntad, no estaba en nuestras manos. Me levanté con esta comprensión y con el miedo que me dio.
—¿A dónde vas? —Me preguntó Mamá.
—Para hacer la maleta, —le dije—. Si nos vamos pronto debemos estar listos.
Mamá no me contestó pero sabía que todavía estuvo llorando. Me sentí paralizado. Siempre Mamá había lidiado con todos los problemas que teníamos, pero esta vez ella no pudo aguantar más. Mientras hacía la maleta, entendí la razón; sus jefas, las mujeres crueles que eran, habían estado tratándola horriblemente por toda la duración de su trabajo como ama de llaves. Mamá trató una y otra vez de mejorar sus opiniones de ella pero no tuvo éxito. No pudo. Y a pesar de sus esfuerzos, las jefas la habían amenazado. No era justo.
Por una razón inexplicable, todavía tenía fe que no nos teníamos que mudar. Después de acostarme, recé a Dios, pidiéndole lo mejor.


El Martes, después de tener una sesión con mi profesor y comer algo de la pizzería, regresé a casa. Eran las 7 por la tarde en un día que normalmente Mamá regresaba temprano de trabajo. Esta vez cuando entré el apartamento no la vi. Pensé que estuvo en su cuarto y caminé allí para buscarla pero no estaba allí tampoco. Preocupado, entré la habitación de mis hermanos con miedo. Ellos no estaban allí.
—¿Qué diablos? —Me pregunté en voz alta—. No es posible.
Para asegurarme, busqué en todos los closets y armarios, pero mis hermanos no estuvieron en el apartamento.
Maldije en voz grito.
Me estaba dando vueltas la cabeza. Corrí a la puerta pero me paré cuando vi a un hombre esperándome. Por los primeros momentos, no pude reconocerlo, pero cuando me calmé, me di cuenta que fue José.
—José —dije—. José.
Pero mi voz estaba entrecortada por la emoción. Traté de decir algo otra vez pero todavía no pude.
—Niño, —dijo José—. Respira hondo.
Después de algunos minutos, gradualmente me calmé.
—¿Usted sabe lo que pasó? —le pregunté.
—Detuvieron a tu mamá, —me dijo—. Ella vuelve a México.
Otra vez perdí la capacidad de hablar. Me quedé mirándolo fijamente, tratando de entender. ¿Había perdido a mi mamá? No creía que fuera posible.
José me dijo algo pero no lo oí. Estuve en otro mundo, perdido, rezando por la ayuda de Dios.
—¿Pancho? —me dijo—. ¡Pancho!
Lo miré los ojos. Él pareció furioso pero preocupado por mí. Entendí este sentimiento cuando me di cuenta que yo parecí como si hubiera vuelto loco.
—¿Y ahora que hago? —le pregunté.
—Te escapas —me dijo—. Te huyes y no vuelves.
—Pero ¿mis hermanos?
—No sé…no están con tu mamá. No creo que están en peligro también.
Me empecé a preocupar por una razón nueva. No pude saber donde estuvieron mis hermanos. Estuvieron perdidos.
Maldije en gritos de nuevo y miré a José.
—Gracias por toda su ayuda —le dije sin ganas—. ¿Dónde anda usted ahora?
Él suspiro. —Tengo dos opciones, —me dijo—. Puedo seguir a tu mamá y regresar a México para vivir con ella, o puedo quedarme y pensar en como pueda ella regresar aquí. ¿Tú sabes que yo soy un inmigrante legal?
—No, Señor. No supe. Tiene tanta suerte.
José puso la mano en mi hombro. —Espero verte de nuevo, niño, —me dijo—. Buena suerte. Cuídate.
Me dejó salir y fui a tropezones a la calle. Me estuvo dando vueltas la cabeza de nuevo. Me quedé de pie en la misma calle por algunos minutos, hasta que oí las sirenas. Cuando las oí, corrí rápidamente en la otra dirección. No sabía si me buscaban la policía, pero no quería que me detuvieran. Por eso corrí.
No dejé de correr por un kilómetro. Cuando me paré me caí en las rodillas. Mis pensamientos me dolían, hasta este momento no me había sentido así.
Desde que me había mudado a Los Estados Unidos, mi vida había estado cambiando en una forma negativa. Ninguna de las cosas que habían pasado eran buenas, de hecho, nuestras vidas en México a pesar de todos los problemas eran mejores. Tantas cosas horribles me habían pasado: tuve que quedarme en un barco, un hombre casi violó a mi mamá, tuvimos que vivir con casi nada, la escuela no me quería, solo tuve una amiga y ella me dejó, no pude aprender Inglés y por eso los estadounidenses me odiaron, casi reprobé mis clases y perdí a mi mamá. Y como si estas no fueran horribles, ahora no pude encontrar a mis hermanos.
De repente oí las sirenas de nuevo y empecé a correr. Cuando corría, pensé en donde pudieron estar mis hermanos. La primer lugar que busqué era su parque favorito, con los árboles altos. Habían muchos niños jugando en la resbaladilla y los columpios pero mis hermanos no estaban allí. Empecé a correr de nuevo, esta vez a la escuela de mi hermana. El patio estaba casi vacío, pero al lado de la puerta de la escuela, vi un niño sentado, solo. Corrí más cerca y me di cuenta que era mi hermanito. Suspiré con alivio. No pareció lastimado pero lo levanté para examinarlo y para abrazarlo.
Después de que me aseguré que estuvo bien, me miró con una mirada confundida.
—Pancho, —dijo Alejandro— Mami dijo que nos llevaría.
—¿Quiénes son ustedes? ¿La Julia está aquí también? —le pregunte esperanzado.
—Estuvo pero ahora no.
—¿A dónde fue?
—No sé. Solo me dijo que regresaría por mí.
—¿Viste en cuál dirección se fue?
Me señaló con el dedo el estacionamiento. —Por ahí, —dijo—. Se fue corriendo. ¿Algo pasó, Pancho?
Miré a mi hermano, sufriendo por él. No quise decirle lo que había pasado.
—Si, mijito, algo ha pasado, —le dije.
—Pues, no me digas hasta que encontremos la Julia, —me advirtió—. Se enojaría.
Levanté al niño de nuevo para llevarlo al estacionamiento. Nos fuimos corriendo pero fue más difícil correr con Alejandro. Cuando llegamos al estacionamiento, oí las sirenas de nuevo.
Maldije en gritos de nuevo, no me importaba si me oyera Alejandro. Corrí por todo el estacionamiento y seguí corriendo por el otro lado. De repente estuve corriendo en el césped, hacia la dirección que Alejandro me dijo que se fue Julia. Alejando me agarraba el cuello con los abrazos para que no se cayera.
Me empecé a preocupar más y más. ¿Qué pasaría si no la encontráramos? Tendríamos que dejarla? No pude pensarlo.
—¿Las sirenas suenan por nosotros, Pancho? —Me preguntó Alejandro.
—No sé, pero para estar seguros, corremos, —le contesté. Él aceptó mi respuesta pero estuvo confundido. Las sirenas se acercaron más y más y no encontramos a Julia.
—¡Ay! —Grité—. ¿Dónde está la Julia? Alejandro, piénsalo. Piénsalo. ¿Qué dijo ella?
—Dijo que necesitó el baño.
Un poco frustrado, me preguntó donde estaba el baño más cerca que usaría Julia. Después de algunos minutos corriendo, me ocurrió que había una biblioteca más o menos tres calles de la escuela. Fue posible que Julia ya hubiera regresado a la escuela y ahora estuviera preocupada por Alejandro.
En este caso, la mejor idea fue regresar a la escuela para buscarla, pero ¿fue seguro regresar?
Decidí que la manera más segura era regresar por una calle diferente. Corrí a la derecha dos calles y empecé a regresar a la escuela. Me dolían las piernas pero no me importaba. No quise que la policía la encontrara a mi hermana.
Llegamos a la escuela por atrás. Dejé a Alejandro al lado de un árbol y fui para buscar a Julia. Corría por la puerta de la escuela y miré en todos los cuartos de clase. No estuvo allí.
Corrí por las puertas del frente y finalmente vi a Julia. Estuvo sentada en la mismo lugar que dejó Alejandro, esperando que volviera él.
—Julia, sígueme, —dije yo sin aliento. Ella empezó a preguntar algo pero yo ya me había ido. Me siguió pero no pudo correr tan rápido como yo. Tuve que desminuir la velocidad por ella, pero de todos modos nos escapamos.

Corrimos algunos kilómetros antes de descansar. El descanso me dio la oportunidad para contemplar lo que hacer. No tuvimos comida, ropa, ni dinero. Fue posible que no nos buscara la policía pero todavía tendríamos que esperar un par de días antes de que regresáramos a la casa. No tuvimos un lugar seguro para acostarnos, y si nos acostáramos en la calle, la policía sabría. Por eso, nosotros caminamos hasta las últimas horas de la noche. Encontramos un cobertizo viejo en un una parcela llena de árboles.
Nos quedamos en este cobertizo por 18 horas mientras yo pensaba de nuevo lo que hacer.
Cuando llegamos, yo busqué algo para usar como manta. No encontré nada pero el cobertizo era más o menos caliente. No sufrimos físicamente pero mis hermanos parecieron saber que algo muy grave había pasado.
—Pancho, —dijo Julia—. No nos has dicho nada. ¿Por qué estamos aquí?
Suspiré, teniendo terror de decirles. No creía que pudieran entender.
—Pues, —dije yo—. Es muy difícil para contar. Quizá nos debemos acostar y esperar hasta la mañana.
—No, —dijo Alejandro—. ¿Dónde está mi Mami?
Me preguntó la pregunta de que tuve terror. No sabía lo que decirle. No pude contarle la historia real. Era tan joven, no podía aguantar algo así.
—Dinos, Pancho, —Dijo Julia. Julia era una niña muy poderosa. Tuve que decirle.
—OK, —dije yo—. Lo que ha pasado es que Mamá ya no está en Los Estados Unidos. Ella vuelve a México.
—¿Por qué? —Preguntó Alejandro—. ¿Por qué nos dejó?
—No, no, no nos dejó. La policía la detuvo. No es culpa suya.
Julia no dijo nada. Estaba procesando lo que había pasado. Procesaba que ya no va abrazarla Mamá, y que Mamá ya no va a llevarla del parque. La única cosa que pudo hacer Alejandro fue preguntarme y pedirme respuestas. Pero yo no debí decirle nada, no existía palabras para describir lo que había pasado.
Después de casi una hora, Alejandro me miró tristemente.
—Pancho, —dijo el niño—. Una más pregunta. ¿Nunca volveremos a nuestra casa?
—No sé, mijito, —le respondí—. Déjame pensar, ¿OK?


Si no pudiéramos regresar a la casa, sería un desastre. Sin Mamá, yo necesitaría tener un trabajo de todos modos. Un trabajo de tiempo completo. Tendría que abandonar la escuela. Y sin el apartamento, necesitaría yo hacerlo todo sin hogar. Mi vida entera cambiaría. Las vidas de mis hermanos cambiarían.
Yo necesitaría ser el adulto, el hombre, sin la ayuda de nadie. Consideré pedir la ayuda de José pero, me di cuenta que él no regresaría tampoco. Él buscaba a mi Mamá. Desde este día, no reconocía la importancia de Mamá. ¿Podría yo arropar a Alejandro en la noche como ella? ¿Podría yo ayudar con las tareas? ¿Pagar las cuentas? ¿Criar a los niños?
Algún día, quería tener mis propio hijos, pero en este momento solo tuve 16 (casi 17) años. ¿Y qué pasaría con el gobierno cuando se diera cuenta que un niño de 16 años viviera sin adultos y con dos niños? Mandarían a mis hermanos a algunos desconocidos. ¿Valía la pena intentar?


De todos modos, Los Estados Unidos había arruinado mi vida. Pues, por eso, ¿por qué no regresábamos a México? Porque, como mi mamá quería para mí, yo quería las oportunidades para mis hermanos. Sí, no teníamos mucho dinero aunque yo tenía dos trabajos. Sí, era difícil para todos nosotros. Pero, valía la pena. Julia podría ser una abogada. Alejandro podría ser un “CEO”. Y después de que lograran ellos, yo podría hacer algo con mi vida.
Además, quizá algún día volvería Mamá a nosotros. Antes de que crecieran Julia y Alejandro, y después de que yo demostrara que fuera responsable.
Estaría orgullosa de nosotros.


El Fin

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