Thursday, May 19, 2011

Cuatro

Capítulo Cuatro

Las semanas siguientes estudié Inglés demasiado. No hice ninguna de mis otras tareas y un día en la clase de Química, la maestra me detuvo después de clase. Tuve miedo porque no pude adivinar lo que iba a pasarme.
Esperé en mi pupitre hasta que terminó hablando a unos otros estudiantes de un proyecto. Después, ella se sentó en un pupitre en frente del mío.
—OK, chico, —me dijo en Inglés—. No has hecho nada en mi clase desde que empezaste. ¿Qué te pasa?
—Pues, —dijo en mi Inglés horrible—. La verdad es que he estado tratando de aprender Inglés, porque no creo que pueda hacer nada sin poder hablarlo.
—Tienes razón pero también tienes que trabajar en tus tareas. Tienes suerte asistir esta escuela por gratis y no la estás utilizando.
—Sí pero, ¿cuándo propone usted que aprenda yo Inglés?
—En tu tiempo libre. Contrata un profesor. Hay muchas formas de aprender una nueva idioma.
—¿Cuáles son?
—Por ejemplo, cuándo estaba aprendiendo Francés, escuché mucha música en la lengua y también miré muchas películas francéses.
—Pero, Señora, no tengo un estéreo ni una tele.
—Pues, hay otras formas. ¿Has tratado de leer un libro en Inglés?
—No, no creo que pueda.
—Entonces, busca un libro muy fácil en Inglés y un diccionario Español-Inglés. Léelo cada día cuando estés en el bús. Sería difícil pero mejorará tu Inglés.
La agradecé para su ayuda y prometí que haría yo mi tarea.

Por el almuerzo, fui a la biblioteca para buscar un libro. Busqué y busqué pero todos los libros parecían demasiado sofisticados. Finalmente encontré un libro que había leído muchas veces en Español. Fue más o menos un cuento para los niños acerca de vampiros y hombres lobos. Registré la salida del libro y fui a la cafetería para comer con los otros estudiantes.
En vez de hablar con mis conocidos, leí mi libro con el diccionario abierto, listo para buscar palabras desconocidas. Por mi sorpresa, leí tres páginas sin muchas problemas durante los 15 minutos que tuve.
Después del almuerzo, regresé a clase y por la primera vez, me concentré en la tema actual de la clase.

La semana siguiente la escuela nos mandó mis notas. Fue un desastre porque saqué dos notas de D y cuatro de C. Nunca había sacado notas así y mi mamá por la primera vez desde que era niño tuvo que castigarme.
—Tú no vas al parque, al restaurante, al cine, ni vas a ver a esa chica, —me dijo—. Las únicas cosas que puedes hacer son ir a la escuela e ir para llevar a tus hermanos. Nada más, ¿entiendes?
—Entiendo, Mamá, —dije yo, avergonzándome de mi mismo. No pude creer que casi había reprobado dos clases, siempre había creído que era yo inteligente y que prometía mucho, pero había lastimado a mi Mamá. Lo hice sin querer pero lo hice de todos modos. No le dije que reprobé por no saber como hablar Inglés, ni le dije que no fue mi culpa. Acepté mis castigos y fui a mi cuarto para estudiar para las clases que casi reprobé.
La problema más fatal fue que no fue entender los libros de texto. Entendía algunas palabras de vocabulario de la Química como “Oxygen,” pero solo entendí estas porque eran tan básicas. Tuve muchas dudas de mis aptitudes pero no le dije nada a mi mamá. Empecé a pensar que la idea de la Señora de la Química no era tan mala. Necesité un profesor.
Pero solo había una pregunta; ¿Vale la pena preguntar a Mamá? Era posible que no teníamos dinero suficiente para pagar a un profesor y también no quería parecerle estúpido. Por el otro lado, no quería reprobar todas mis clases, y no pude estudiar para nada. Decidí hablar a mi mamá de la situación. Me aseguré esperar hasta que se calmó para hablarle.
—Mamá —dije cuidadosamente—. Tengo que habarte de algo. Por favor no digas nada hasta que te diga yo.
—Ándale pues, —me dijo.
—Pues, ya sabes que saqué malas notas, y hay una razón.
—¿Y la razón es…?
—Pues, hay muchas. Una es que no entiendo lo que dicen
los maestros. Otra es que no puedo leer los libros de texto para estudiar, y final es que no puedo entender la tarea ni los exámenes. Todo es por no poder hablar Inglés.
Ella no dijo nada y solo me miró por algunos minutos. Después, dijo: —¿Y qué sugieres que hagamos?
—Sugiero que contratemos un profesor, —contesté.
Ella pensó por algunos más minutos y después se levantó y caminó hacia la puerta.
—Mamá, —dije—. ¿A dónde vas?
—A llamar a la escuela para pedir un profesor por gratis, —me contestó.
Y se fue sin gritarme ni castigarme de nuevo. Estuve feliz pero confundido. ¿Por qué no me dijo nada? Quizá ella estuviera tan furiosa que no pudiera hablar. No sabía, pero me di cuenta que iba a recibir la ayuda que necesitaba y por eso estuve feliz.

El día siguiente fue un viernes y por eso me traté de quedar despierto hasta que llegó Mamá. No me dijo nada ese mañana y quería hablarle de nuevo. Había estado estudiando todas las horas después de clase y cuando ella llegó me había quedado dormido encima de un libro de texto.
Me desperté con la suena de la puerta y me levanté para darle la bienvenida a mi mamá. Para mi sorpresa, un hombre desconocido estuvo siguiendo a mi mamá por la puerta.
—¿Quién eres tú? —Pregunté al hombre, sintiéndome furioso.
—¡Pancho! —gritó Mamá—. ¡Mantén los modales!
La miré con la cara confundida pero la obedecé.
—Perdóneme, —le dije—. ¿Cómo está usted?
—Muy bien chico, —me dijo—. Perdóname por no presentarme. Soy José. Supongo que eres Pancho.
—Sí Señor, soy Pancho.
Mamá le cuchicheó algo a José y él fue al cuarto de Mamá. Cuando se había ido mi mamá me dijo a mí: —¿Qué te pasa Pancho? ¿Quieres arruinar mi relación con este hombre?
—No sabía que tuvieras una relación, Mamá —le dije—. No es mi intención.
—OK entonces ¿que quieres? ¿Por qué me esperaste?
—Quise hablar de nuevo de mis notas. He estado estudiando, mira.
Señalé a los libros con el dedo. Ella me sonreí y puso la mano en mi hombro.
—Estoy orgullosa de ti, Pancho, —me dijo—. Y los administradores van a encontrar un profesor para ti. Todo irá bien. Pero todavía tienes algunos castigos hasta que tus maestros me digan que estés mejorando.
—OK, Mamá. Ahorita me voy a acostar.
—Pues, buenas noches.
—Buenas noches.

Tuve que esperar muchos días hasta que llegó mi profesor a la escuela. Estuve feliz tenerlo ayudándome, pero había algunos conflictos. Por ejemplo, dos días cada semana, me iban a detener después de clase para una sesión con el profesor, pero cada día tenía que llevar a mi hermana de su escuela primaria. No quise que ella tuviera que tomar el bús sola.
Mamá dijo que la cosa más importante era mejorar mis notas y que Julia estaría bien tomando el bús sola. No la creí pero la obedecé.
La primera sesión con el profesor fue un desastre. Los administradores me dieron un hombre que no hablaba Español nada. Podía haber sido mejor pero también fue un desastre porque algunas veces no entendí una frase que no traducía el diccionario y por eso no podíamos comunicarnos. También me hizo un poco enojado porque era un gringo. Normalmente no sería una problema pero era el tipo de gringo que pensaba que los inmigrantes eran estúpidos y que no valían nada. Traté de ignorarlo pero su ignorancia era tan obvio que no pude.
Por ejemplo, había algunas frases que me dijo que no entendí, no muchas pero algunas. Cuando le pedí repetirlas, gritó las frases como era yo sordo, no hispanohablante. Le quise gritar alguna frases que no se puede mencionar pero no lo hice. No valía la pena.
A pesar de tener un profesor, todavía estuve castigado. No tuve nada para hacer aparte de estudiar y jugar con mis hermanos. La verdad es que extrañé a Evangelina. Ella era un motivo adicional para mejorar mis notas.

Una noche, cuando me cansé de estudiar, salí de hurtadillas y corrí al teléfono publico para llamar a Evangelina. Me había estado sintiendo mal por no decirle nada antes de dejar de visitarla. De prisa marqué su número mientras trataba de pensar en lo que iba a decir.
—¿Hello? —Alguien contestó mi llamada.
—¡Hola! —dije yo—. ¿Me permite usted hablar a Evangelina?
—¿Y quien habla?
—Soy Pancho.
—OK, un momento.
Esperé algunos minutos y de repente oí la voz de Evangelina. La oí preguntando a su mamá quien la había llamado. Después de algunos más minutos me parecía que no me quiso hablar. Me preocupaba hasta que me dijo: —¿Pancho?
—¿Qué pasa, Evangelina? —Le pregunté—. He estado tratando de encontrar la manera de llamarte. Estoy castigado.
—Yo pensé que me hubieras olvidado, —me dijo, pareciéndome sorprendida—. ¿Por qué estás castigado?
—Por mis notas. Estoy castigado hasta que mejoren mis notas o que cumpla yo dieciocho.
—No eres idiota. ¿Cómo reprobaste clases un una escuela pública?
—Yo no reprobé, saqué dos notas de D y cuatro de C.
—Ay, que Dios te ayude. ¿No le dijiste a tu mamá que yo puedo ayudarte?
—No, contratamos un profesor. Me va a ayudar él.
—¿Tu profesor habla Español?
—No, pero me enseña Inglés.
—¿Cómo te enseña Inglés si no habla Español? ¿Cómo lo entiendes?
—No entiendo todo pero voy a mejorar. No he tenido tiempo suficiente para aprender todo lo que me puede enseñar el profesor.
En este momento, no entendí lo que decía Evangelina. ¿No quería ella que tuviera un profesor para ayudarme con la idioma? Tal vez fue que ella quería enseñarme ella misma, o que ella quería que aprendiera yo lentamente. Quise preguntarle pero no pude hacerlo.
—Pues, —me dijo ella—. Espero que te diviertas con tu profesor.
—¿Qué te pasa, Evangelina? —Le pregunté finalmente—. Yo no entiendo el problema.
—No hay problema. Si quieres dejar a tu amiga para un profesor, sigue.
—Te has enloqueciste. No quiero dejarte, no es nada así. Yo espero que---
Dejé de hablar cuando me di cuenta que ella había colgado el teléfono. Yo también colgué el teléfono y empecé a regresar a casa, lentamente y cuidadosamente.
¿Qué le pasa? Me pregunté. Yo no hice nada para que ella se enoje. ¿Por qué cree ella que estoy dejándola? Le dije que estoy castigado. ¡No es culpa mía!
Cuando llegué a la puerta no tuve miedo de que Mamá me atrapara. Solo abrí la puerta y entré la sala. Estuve sorprendido cuando vi a Mamá y su nuevo novio José sentados en el sofá. Mamá estuvo llorando y José le hablaba en voz baja.
Yo estuve listo para matar a este hombre si fue él que le causó a Mamá a llorar. Lo miré con frialdad y traté de calmarme. Cuando finalmente me notó Mamá, di un grito ahogado.

—¿Qué pasa aquí? —Pregunté, tratando de mantener un nivel de cordura.
El hombre de mi mamá me miró y sacudió la cabeza.
—Tu mamá tiene problemas con el trabajo —dijo el hombre—. Son muy graves. Te debes sentar.
Me senté en el piso al lado de mamá y la miró con mucha curiosidad. No la presionó decirme. Esperé hasta que dejó de llorar y le di un Kleenex.
—Gracias, Pancho, —dijo, sonándose la nariz—. De todas maneras todavía los tengo a ti y a tus hermanos.
—Mamá, ¿qué ha pasado? ¿Perdiste tu trabajo? —le pregunté.
—Es peor, Pancho. Es posible que tendremos que mudarnos de nuevo.
—¿A dónde?
—A otro estado. José dice que puede ayudarnos y quizá vivir con nosotros. Tiene familia en Arizona.
—Mamá…todo está bien si quieres que nos mudemos, pero ¿por qué es necesario? Tenemos una buena vida aquí. Julia y yo—pues, Julia tiene amigos. He empezado a mejorar mis notas. Todo va bien.
Mamá empezó de nuevo a llorar. Fue obvio que algo muy malo había pasado. La abracé y pregunté de nuevo de lo que pasó.
—Pancho, no debo decirte, pero estamos en riesgo de tener que regresar a México.
—¿Por qué? —le pregunté. Miré a José— ¿Qué hiciste tú?
—¡Nada, tonto! —dijo José—. ¡Escúchale a tu mamá!
Miré de nuevo a Mamá. Estuve tan confundido que no pude pensar. Mamá había escondido algo para que no me preocupara yo. Normalmente ella no era así. Éramos como amigos.
—Pancho, —dijo Mamá— mis jefas son crueles. Es culpa suya.
—¿Qué hicieron? —Pregunté.
—Me amenacé con el regreso a México porque Alejandro rompió algo en una casa que estuve limpiando. Traté de repararlo, y también prometí que lo reemplazaría. Pero ellas no querían eso. Todas mis jefas les hablaron de Alejandro y decidieron que no debe él acompañarme al trabajo. Les dije que no era posible y me amenacé. Saben donde vivimos, Pancho.
Esperé un momento antes de contestar. Quería que Mamá se calmara. Para ella, necesité ser fuerte, no importaba que tenía José. Yo era el hombre de la casa.
—Mamá, —le dije en voz baja—. No nos vamos a entregar. Nos vamos a quedar.
—Pancho, —dijo Mamá—. Eres un niño con tanta esperanza, y por eso y mucho más, te amo. Pero por la primera vez en toda tu vida, haz lo que te pido. Esta vez es más importante. Por favor.
Yo no sabía lo que debía decir. José me estuvo mirando con la mirada asesina y finalmente entendí. Esta fue una circunstancia ajena a nuestra voluntad, no estaba en nuestras manos. Me levanté con esta comprensión y con el miedo que me dio.
—¿A dónde vas? —Me preguntó Mamá.
—Para hacer la maleta, —le dije—. Si nos vamos pronto debemos estar listos.
Mamá no me contestó pero sabía que todavía estuvo llorando. Me sentí paralizado. Siempre Mamá había lidiado con todos los problemas que teníamos, pero esta vez ella no pudo aguantar más. Mientras hacía la maleta, entendí la razón; sus jefas, las mujeres crueles que eran, habían estado tratándola horriblemente por toda la duración de su trabajo como ama de llaves. Mamá trató una y otra vez de mejorar sus opiniones de ella pero no tuvo éxito. No pudo. Y a pesar de sus esfuerzos, las jefas la habían amenazado. No era justo.
Por una razón inexplicable, todavía tenía fe que no nos teníamos que mudar. Después de acostarme, recé a Dios, pidiéndole lo mejor.


El Martes, después de tener una sesión con mi profesor y comer algo de la pizzería, regresé a casa. Eran las 7 por la tarde en un día que normalmente Mamá regresaba temprano de trabajo. Esta vez cuando entré el apartamento no la vi. Pensé que estuvo en su cuarto y caminé allí para buscarla pero no estaba allí tampoco. Preocupado, entré la habitación de mis hermanos con miedo. Ellos no estaban allí.
—¿Qué diablos? —Me pregunté en voz alta—. No es posible.
Para asegurarme, busqué en todos los closets y armarios, pero mis hermanos no estuvieron en el apartamento.
Maldije en voz grito.
Me estaba dando vueltas la cabeza. Corrí a la puerta pero me paré cuando vi a un hombre esperándome. Por los primeros momentos, no pude reconocerlo, pero cuando me calmé, me di cuenta que fue José.
—José —dije—. José.
Pero mi voz estaba entrecortada por la emoción. Traté de decir algo otra vez pero todavía no pude.
—Niño, —dijo José—. Respira hondo.
Después de algunos minutos, gradualmente me calmé.
—¿Usted sabe lo que pasó? —le pregunté.
—Detuvieron a tu mamá, —me dijo—. Ella vuelve a México.
Otra vez perdí la capacidad de hablar. Me quedé mirándolo fijamente, tratando de entender. ¿Había perdido a mi mamá? No creía que fuera posible.
José me dijo algo pero no lo oí. Estuve en otro mundo, perdido, rezando por la ayuda de Dios.
—¿Pancho? —me dijo—. ¡Pancho!
Lo miré los ojos. Él pareció furioso pero preocupado por mí. Entendí este sentimiento cuando me di cuenta que yo parecí como si hubiera vuelto loco.
—¿Y ahora que hago? —le pregunté.
—Te escapas —me dijo—. Te huyes y no vuelves.
—Pero ¿mis hermanos?
—No sé…no están con tu mamá. No creo que están en peligro también.
Me empecé a preocupar por una razón nueva. No pude saber donde estuvieron mis hermanos. Estuvieron perdidos.
Maldije en gritos de nuevo y miré a José.
—Gracias por toda su ayuda —le dije sin ganas—. ¿Dónde anda usted ahora?
Él suspiro. —Tengo dos opciones, —me dijo—. Puedo seguir a tu mamá y regresar a México para vivir con ella, o puedo quedarme y pensar en como pueda ella regresar aquí. ¿Tú sabes que yo soy un inmigrante legal?
—No, Señor. No supe. Tiene tanta suerte.
José puso la mano en mi hombro. —Espero verte de nuevo, niño, —me dijo—. Buena suerte. Cuídate.
Me dejó salir y fui a tropezones a la calle. Me estuvo dando vueltas la cabeza de nuevo. Me quedé de pie en la misma calle por algunos minutos, hasta que oí las sirenas. Cuando las oí, corrí rápidamente en la otra dirección. No sabía si me buscaban la policía, pero no quería que me detuvieran. Por eso corrí.
No dejé de correr por un kilómetro. Cuando me paré me caí en las rodillas. Mis pensamientos me dolían, hasta este momento no me había sentido así.
Desde que me había mudado a Los Estados Unidos, mi vida había estado cambiando en una forma negativa. Ninguna de las cosas que habían pasado eran buenas, de hecho, nuestras vidas en México a pesar de todos los problemas eran mejores. Tantas cosas horribles me habían pasado: tuve que quedarme en un barco, un hombre casi violó a mi mamá, tuvimos que vivir con casi nada, la escuela no me quería, solo tuve una amiga y ella me dejó, no pude aprender Inglés y por eso los estadounidenses me odiaron, casi reprobé mis clases y perdí a mi mamá. Y como si estas no fueran horribles, ahora no pude encontrar a mis hermanos.
De repente oí las sirenas de nuevo y empecé a correr. Cuando corría, pensé en donde pudieron estar mis hermanos. La primer lugar que busqué era su parque favorito, con los árboles altos. Habían muchos niños jugando en la resbaladilla y los columpios pero mis hermanos no estaban allí. Empecé a correr de nuevo, esta vez a la escuela de mi hermana. El patio estaba casi vacío, pero al lado de la puerta de la escuela, vi un niño sentado, solo. Corrí más cerca y me di cuenta que era mi hermanito. Suspiré con alivio. No pareció lastimado pero lo levanté para examinarlo y para abrazarlo.
Después de que me aseguré que estuvo bien, me miró con una mirada confundida.
—Pancho, —dijo Alejandro— Mami dijo que nos llevaría.
—¿Quiénes son ustedes? ¿La Julia está aquí también? —le pregunte esperanzado.
—Estuvo pero ahora no.
—¿A dónde fue?
—No sé. Solo me dijo que regresaría por mí.
—¿Viste en cuál dirección se fue?
Me señaló con el dedo el estacionamiento. —Por ahí, —dijo—. Se fue corriendo. ¿Algo pasó, Pancho?
Miré a mi hermano, sufriendo por él. No quise decirle lo que había pasado.
—Si, mijito, algo ha pasado, —le dije.
—Pues, no me digas hasta que encontremos la Julia, —me advirtió—. Se enojaría.
Levanté al niño de nuevo para llevarlo al estacionamiento. Nos fuimos corriendo pero fue más difícil correr con Alejandro. Cuando llegamos al estacionamiento, oí las sirenas de nuevo.
Maldije en gritos de nuevo, no me importaba si me oyera Alejandro. Corrí por todo el estacionamiento y seguí corriendo por el otro lado. De repente estuve corriendo en el césped, hacia la dirección que Alejandro me dijo que se fue Julia. Alejando me agarraba el cuello con los abrazos para que no se cayera.
Me empecé a preocupar más y más. ¿Qué pasaría si no la encontráramos? Tendríamos que dejarla? No pude pensarlo.
—¿Las sirenas suenan por nosotros, Pancho? —Me preguntó Alejandro.
—No sé, pero para estar seguros, corremos, —le contesté. Él aceptó mi respuesta pero estuvo confundido. Las sirenas se acercaron más y más y no encontramos a Julia.
—¡Ay! —Grité—. ¿Dónde está la Julia? Alejandro, piénsalo. Piénsalo. ¿Qué dijo ella?
—Dijo que necesitó el baño.
Un poco frustrado, me preguntó donde estaba el baño más cerca que usaría Julia. Después de algunos minutos corriendo, me ocurrió que había una biblioteca más o menos tres calles de la escuela. Fue posible que Julia ya hubiera regresado a la escuela y ahora estuviera preocupada por Alejandro.
En este caso, la mejor idea fue regresar a la escuela para buscarla, pero ¿fue seguro regresar?
Decidí que la manera más segura era regresar por una calle diferente. Corrí a la derecha dos calles y empecé a regresar a la escuela. Me dolían las piernas pero no me importaba. No quise que la policía la encontrara a mi hermana.
Llegamos a la escuela por atrás. Dejé a Alejandro al lado de un árbol y fui para buscar a Julia. Corría por la puerta de la escuela y miré en todos los cuartos de clase. No estuvo allí.
Corrí por las puertas del frente y finalmente vi a Julia. Estuvo sentada en la mismo lugar que dejó Alejandro, esperando que volviera él.
—Julia, sígueme, —dije yo sin aliento. Ella empezó a preguntar algo pero yo ya me había ido. Me siguió pero no pudo correr tan rápido como yo. Tuve que desminuir la velocidad por ella, pero de todos modos nos escapamos.

Corrimos algunos kilómetros antes de descansar. El descanso me dio la oportunidad para contemplar lo que hacer. No tuvimos comida, ropa, ni dinero. Fue posible que no nos buscara la policía pero todavía tendríamos que esperar un par de días antes de que regresáramos a la casa. No tuvimos un lugar seguro para acostarnos, y si nos acostáramos en la calle, la policía sabría. Por eso, nosotros caminamos hasta las últimas horas de la noche. Encontramos un cobertizo viejo en un una parcela llena de árboles.
Nos quedamos en este cobertizo por 18 horas mientras yo pensaba de nuevo lo que hacer.
Cuando llegamos, yo busqué algo para usar como manta. No encontré nada pero el cobertizo era más o menos caliente. No sufrimos físicamente pero mis hermanos parecieron saber que algo muy grave había pasado.
—Pancho, —dijo Julia—. No nos has dicho nada. ¿Por qué estamos aquí?
Suspiré, teniendo terror de decirles. No creía que pudieran entender.
—Pues, —dije yo—. Es muy difícil para contar. Quizá nos debemos acostar y esperar hasta la mañana.
—No, —dijo Alejandro—. ¿Dónde está mi Mami?
Me preguntó la pregunta de que tuve terror. No sabía lo que decirle. No pude contarle la historia real. Era tan joven, no podía aguantar algo así.
—Dinos, Pancho, —Dijo Julia. Julia era una niña muy poderosa. Tuve que decirle.
—OK, —dije yo—. Lo que ha pasado es que Mamá ya no está en Los Estados Unidos. Ella vuelve a México.
—¿Por qué? —Preguntó Alejandro—. ¿Por qué nos dejó?
—No, no, no nos dejó. La policía la detuvo. No es culpa suya.
Julia no dijo nada. Estaba procesando lo que había pasado. Procesaba que ya no va abrazarla Mamá, y que Mamá ya no va a llevarla del parque. La única cosa que pudo hacer Alejandro fue preguntarme y pedirme respuestas. Pero yo no debí decirle nada, no existía palabras para describir lo que había pasado.
Después de casi una hora, Alejandro me miró tristemente.
—Pancho, —dijo el niño—. Una más pregunta. ¿Nunca volveremos a nuestra casa?
—No sé, mijito, —le respondí—. Déjame pensar, ¿OK?


Si no pudiéramos regresar a la casa, sería un desastre. Sin Mamá, yo necesitaría tener un trabajo de todos modos. Un trabajo de tiempo completo. Tendría que abandonar la escuela. Y sin el apartamento, necesitaría yo hacerlo todo sin hogar. Mi vida entera cambiaría. Las vidas de mis hermanos cambiarían.
Yo necesitaría ser el adulto, el hombre, sin la ayuda de nadie. Consideré pedir la ayuda de José pero, me di cuenta que él no regresaría tampoco. Él buscaba a mi Mamá. Desde este día, no reconocía la importancia de Mamá. ¿Podría yo arropar a Alejandro en la noche como ella? ¿Podría yo ayudar con las tareas? ¿Pagar las cuentas? ¿Criar a los niños?
Algún día, quería tener mis propio hijos, pero en este momento solo tuve 16 (casi 17) años. ¿Y qué pasaría con el gobierno cuando se diera cuenta que un niño de 16 años viviera sin adultos y con dos niños? Mandarían a mis hermanos a algunos desconocidos. ¿Valía la pena intentar?


De todos modos, Los Estados Unidos había arruinado mi vida. Pues, por eso, ¿por qué no regresábamos a México? Porque, como mi mamá quería para mí, yo quería las oportunidades para mis hermanos. Sí, no teníamos mucho dinero aunque yo tenía dos trabajos. Sí, era difícil para todos nosotros. Pero, valía la pena. Julia podría ser una abogada. Alejandro podría ser un “CEO”. Y después de que lograran ellos, yo podría hacer algo con mi vida.
Además, quizá algún día volvería Mamá a nosotros. Antes de que crecieran Julia y Alejandro, y después de que yo demostrara que fuera responsable.
Estaría orgullosa de nosotros.


El Fin

Tres

Capítulo Tres


En los meses siguientes, cosas empezaron a mejorar. Por ejemplo, mi hermana y yo comenzamos asistir clases. El lado negativo de esta situación es que mi hermano menor tenía que acompañar a Mamá a sus trabajos y a sus jefas no le gustaba esto.
Una noche, muy tarde en un fin de semana, encontré a Mamá llorando en el baño. Cuando le pregunté lo que había pasado, no quiso decirme. La abracé y le dije que de todos modos la ayudaría y finalmente me dijo.
La verdad era que sus trabajos no eran como se había imaginado. Me dijo que cuando no podía entender lo que quería sus jefas, le gritaban y la trataban como era idiota.
—Ay, Mamá, —le dije—. Eso no eso justo nada. Debes dejar el trabajo.
—Pancho, tienes mucho para aprender, —dijo Mamá—. Esto es como los Estadounidenses tratan a los inmigrantes. A ellos les parecemos estúpidos, incultos, y despreciables.
—Pues, están equivocados. No somos así.
—Yo ya lo sé Pancho, pero a ellos no les importa lo que sabemos nosotros. Ellos tienen la autoridad.
Miré el piso y no dije nada por unos minutos. Estaba pensando en lo que a mí me había dicho mi Mamá. Sabía que mi mamá no me mentiría, pero era tan difícil creer.
—Lo voy a cambiar. —Dije finalmente—. Voy a tener la autoridad.
—Estoy tan orgullosa de ti, Pancho, —Dijo ella.
Y después se fue a su cuarto para dormir.
Yo no pude dormir. Me quedé despierto por toda la noche, estudiando mis libros de Inglés.

El día siguiente cuando estuvimos desayunando, le dije un frase a mi familia en Inglés.
—¿Pass the eggs please? —Pregunté. La única persona que me entendió fue Julia, y me pasó los huevos revueltos.
—Tu acento no vale nada, —dijo Julia. Ella repitió la frase con un acento casi perfecto.
—Julia, —dijo Mamá, sorprendida—. ¿Como aprendiste hablar así?
—Mi escuela tiene buenas clases para los inmigrantes aprender Inglés. A mi maestro le importa mucho los acentos.
—Julia, —le dije yo—. ¿Me puedes enseñar eso acento?
—Por cinco dólares, —Me contestó.
—¿Para que necesitas cinco dólares?
Ella se encogió de hombros y rió. Sonreí yo y seguí comiendo.
Estuve un poco desilusionado porque yo había estado estudiando Inglés casi cada momento de cada día y mi hermana de diez años sabía más que yo. Traté de olvidarlo y culpar el colegio por no tener clases para los inmigrantes, pero no me podía yo convencer.
Ese día, no hice caso en ninguna de mis clases. Solo leí los libros que encontré en la biblioteca de Inglés. Estudié como conjugar los verbos y como decir frases sencillas como la fecha, la hora, y las sensaciónes. Se enojaron mis maestros que no les hice caso, pero a mí no me importaba. Sin embargo, una maestra me gritó en Inglés pero solo entendí tres o cuatro palabras. Creí que me hablaba de la falta de respeto pero no pude estar seguro.
—I’m sorry, —dije en mi acento insoportable y quité los libros de la mesa. Creía que a ninguno de mis maestros les gustaba yo, pero sabía que cuando aprendiera Inglés, todo cambiaría.

Cuando terminó el día, fui a la escuela de mi hermana para llevarla. Había muchos niños gritando y jugando pero no Julia. Busqué por todo el patio pero no la encontré. Me estuve empezando a preocupar cuando una maestra me llamó a mí.
Me dijo algo que no entendí en Inglés, pero entendí que hablaba de mi hermana.
—¿Qué le pasó? —Pregunté—. Perdón….I do not understand.
Me siguió hablando pero mas despacio. Todavía entendí muy poco pero finalmente me hizo una seña con la mano. La seguí y me trajo a un baño de las chicas. En este momento, me estuve preguntando lo que pasaba. No tenía sentido.
La maestra entró el baño y me hizo otra seña para que la siguiera yo. Entré el baño también y oí una niña llorando. ¿Es la Julia? Me pregunté, caminando a la puerta del baño. Toqué la puerta suavemente y la niña no dijo nada. La toqué de nuevo y más fuerte.
—¿Quién eres? —Dijo la chica. De verdad era mi hermana. Estuvo llorando en un baño, solita. ¿Debo preguntarle lo que ha pasado, o decirle que es la hora regresar a casa? Me pregunté.
—¿Todo va bien? —Le pregunté.
—No, para nada —Me contestó—. Déjame en paz.
—Yo no te voy a dejar. Tienes que volver a casa antes de que regrese Mamá.
—¿Y qué pasa si no?
—Me mata ella. ¿Quieres que me muera?
—No.
—Pues, dime lo que pasó.
Ella abrió la puerta del baño y me miró con los ojos llenos de lagrimas. Sentía pena por esta niña triste, pero todavía no me había dicho lo que pasó. Normalmente ella no era una niña dramática. Me preocupó y me hizo triste.
—Los otros niños se burlaron de mí, —me dijo, empezando a llorar de nuevo.
¿Qué diablos? Pensé. ¿De que habla ella?
—¿Eso es todo? —Le pregunté.
—Pues, casi. Se burlaron de mí porque traté de decir algo en Inglés porque estuve con los gringos y…supongo que dije algo incorrecto porque se echaron a reír sin decir nada. Y por el resto del día se burlaron de mí y me dijeron la cosa incorrecto cada vez que me miraron.
—¡Qué horrible! ¿Y nadie te ayudó?
—No.
—Pues, vámonos. Vamos a decir eso a tu maestra que está por allí. ¿Crees que podrías traducir lo que quiero decirle?
—Puedo tratar…
Julia dejó de llorar y me siguió a la maestra.
—OK Julia, —dijo—. Dile que los otros estudiantes te hicieron cosas malas hasta que lloraste tú.
Esperé mientras ella trataba de traducir lo que había dicho.
—También dile que no es aceptable que nadie hizo nada para poner fin a lo que hacían, —dije.
Esperé otra vez. Me parecía que a la maestra no le gustaba lo que estaba haciendo. Me parecía que quería tener razón en cada situación. Eso a mí no me importaba. Me hermanita estaba llorando y nadie había hecho nada. Si habría necesitado pegar a los hijos yo mismo, yo lo habría hecho.
La maestra dijo algo a mi hermana y después me miró a mí.
—Ella dice que no sabía nada, —dijo Julia—. También dice que no es necesario hablarle así porque va a ayudarnos.
—No hablaba maleducadamente. Debe de ser porque nosotros no hablamos bien Inglés, —dije yo.
—Quizá, —me respondió.
—Dile.
Le hablé en Inglés otra vez y la maestra le contestó. En este momento, tuve vergüenza por tener una hermanita traduciendo lo que le decía a una adulta para mí. Miré al piso hasta que terminaron y Julia me dijo de lo que hablaron.
—Me dijo que no va a pasar de nuevo….creo, —dijo Julia—. No estoy segura. No entendí mucho.
—Pues, vámonos, —dije. Miré a la maestra y le dije: —Thank you for your help,— en mi acento imposible. Todavía sentía tanta pena por Julia. Por lo que hicieron los hijos, por tener problemas con Inglés pero más que nada por tener un hermano que no hablaba Inglés suficiente para ayudarla. Fue un desastre. Fui yo un desastre. Sentía como nunca iba a mejorar nada. Me sentía inútil.
Cuando regresamos a la casa Julia hizo su tarea y yo estudié Inglés. Había estudiado frases incontable pero el libro decía que la mejor manera aprender Inglés era practicar. La verdad era que no podía practicar porque solo tenía una amiga.
El sábado yo llamé a mi amiga Evangelina para invitarle salir. Aceptó y fui a su casa para encontrarme con ella. Ella vivía muy lejos y por eso tuve que tomar dos buses para llegar a su casa.
Hasta este momente, nunca había visto su casa. Vivía en un barrio lleno de casas grandes y bien cuidadas. Cuándo finalmente vi su casa, me asombró. Era grande y bien cuidada como todas las otras. El césped era perfecto y las ventanas eran limpísimas. Hasta que había visto su casa, Evangelina a mí no me había parecido ser la tipa de chica que viviría en un barrio así.
Subí las escaleras y toqué la puerta. Me sentía un poco nervioso. Una mujer de mediana edad la abrió.
—Hola, —dijo—. ¿Lo puedo ayudar?
—Soy Pancho, —le respondí—. Un amigo de la Evangelina.
—Ay, sí. Me dijiste que venías tú. Entra.
Entré la casa y seguí a la mujer hasta la sala. Me invitó sentarme y se fue por Evangelina. Miré a la sala que también a mí me asombró. Solo había visto cosas así en la televisión.
De repente, Evangelina entró la sala.
—¿Qué tal, Pancho? —me preguntó—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, sí, —dije—. ¿Y tú?
—Sí. Me sorprendiste cuando me llamaste. Pensaba que ibas a buscar trabajo hoy.
—Sí, pero mi mamá me dijo que en este momento no necesito trabajo porque tenemos dinero suficiente.
—¿No quieres extra para comprar algo que quieres tú como un carro o un móvil?
—¿Para que me serviría un móvil?
—Para llamar a tus amigos cuando no estés cerca de una cabina.
—No tengo ningunas ganas de hacer eso. Tú tienes un móvil, ¿no?
—Sí, tengo.
—Pues, no creo que haya razones reales para tener un móvil. En Guadalajara nadie tenía móviles y todos los niños eran más o menos seguros y todos los adultos usaban teléfonos normales cuando los necesitaran. No había ninguna problema.
—Pues en Los Estados Unidos todo el mundo tiene un móvil. Y nadie cree que son inútiles.
—Supongo que soy diferente.
—Cambiarás para asimilar.
—No, no creo que vaya yo a asimilar.
—Cree lo que quieres.

Nos fuimos de su casa y caminamos hacia la pasada del bús. Esperamos el bús numero 15 que nos llevó al centro.
El centro de Oakland era un lugar que le dio miedo a Evangelina. Ella nunca quería ir al centro cuando estuviera sola, pero conmigo supuestamente se sentía seguro. Esto no era un sentimiento lógico porque si conociéramos a un asesino o algo así, no había tanto que pudiera yo hacer. De hecho, creo que ella podría defenderse mejor que yo podría protegerla.
Fuimos a un restaurante de los sándwiches italianos. Este fue una idea mía porque había oído que este restaurante no cobraba demasiado. El restaurante estaba lleno de los gringos que nos dieron la mirada asesina. No entendí porque a los gringos no les gustábamos nosotros pero traté de no preocuparme.
Nos sentamos en una mesa atrás y Evangelina me dio a mirada asesina también.
—¿Mande? —Pregunté.
—¿Por qué no me dijiste que este fuera un restaurante de los gringos? —Me preguntó.
—¿Qué dices? No sabía. ¿Y por qué te importa? Los gringos no nos van a molestar.
—¡Míralos!
Los miré y me di cuente que ella tuvo razón. No nos pueden dejar de mirar con la mirada asesina. Pensé por algunos minutos y me levanté. Caminé a una mesa donde un gringo muy gordo estuvo sentado.
—Excuse me, —le dije—. ¿Will you allow that I take this salt?
Me miró por unos segundos y después, sin decir nada me dio la sal. La traje de vuelta a la mesa y miré a Evangelina.
—¿Qué hiciste? —Me pregunté—. ¿Para que nos sirve esta sal?
—Pues, para nada, —le contestó—. Pero, lo que no entiendes es que la idea es mostrarles que no tenemos miedo de ellos.
—Ay, ya entiendo. ¿Crees que surtió efecto?
—Un poco. Solo algunas personas nos miran ahora.
Y después, pudimos almorzar en paz y hablar de las problemas que me sentía que estaba teniendo. Hablamos de mis problemas de aprender Inglés y lo que le pasó a mi hermana.
—Tu Inglés está mejorando, —me dijo—. Te oí y fue mejor.
—¿Me dices la verdad? —le pregunté— A mí no me parece mejor.
—Pues, es mejor. No lo puedes ver pero es mejor. Es como cuando crece el pelo. No lo puedes notar, pero crece.
—Ay, entiendo. Pues, muy bien. Seguiré estudiando.

Terminamos nuestro almuerzo y nos fuimos para el bús. Cuando llegué en casa me sentía mejor, pero también estuve pensando en lo que dijo Evangelina de asimilación. ¿Sería mejor ser como los Estadounidenses? ¿Sería yo inferior si no asimilara? Pensaba en esto mientras estudiaba Inglés.
Al fin decidí que necesitaba ser más como Evangelina pero no como los gringos. La verdad era que yo ya no vivía en México. Extrañaba Guadalajara pero mi nueva vida tenía lugar en Los Estados Unidos.

El día siguiente, esperé mi hermana en la sala por la mañana. Mamá estuvo en trabajo y quería hablar de lo que pasó el otro día con la maestra. Estudié Inglés hasta que se despertó y se sentó en la sofá.
—Buenos días, —le saludé.
—Hola, —me dijo.
—Oye, quiero hablarte de lo que pasó el otro día.
—¿En la escuela?
—Sí. Me siento mal porque no pude hablar a tu maestra como debí haber hecho.
—No es nada, Pancho, no te preocupes. Todos nos equivocamos.
—Sí pero es mi obligación cuidarte. Pero estoy aprendiendo mucho Inglés. Estudio cada noche. Te prometo que cuando pueda hablar muy bien, iré a tu escuela para solucionar esta problema.
—Muchas gracias, Pancho. Lo agradezco. ¿Cuándo crees que podrás hablar lo suficientemente?
Sonreí. —Déjame estudiar por algunos días más y te diré.
Ella se fue para jugar y me sentía mucho mejor porque ya tenía la confianza que pudiera ayudarla. Me di cuenta de que mi Inglés mejoraría y tendría éxito. Tenía esperanza.

Dos

Capítulo 2



Algunos días después de lo que pasó a mi Mamá, todavía no me sentía listo para las sorpresas de Los Estados Unidos. Sospechaba de cada persona en cada calle como un ladrón o violador. Todo lo que quería era proteger a mi Mamá y a mis hermanos menores.
Julia, una niña de solo diez años, no entendía porque Mamá estaba un poco trastornada y deprimida. Antes de ver el hombre con Mamá yo tampoco podía entender como un hombre puede ser de gran maldad así. Esperaba que no se fuera el sueño de Mamá tener un nuevo esposo.
De todo modos seguimos buscando un lugar para vivir y finalmente lo encontramos. Estaba en un barrio en el sur de Oakland, California. Estéticamente no era lo mejor pero el apartamento era más grande que nuestra casa en México. Tenía tres habitaciones. Una para mí, una para mis hermanos menores y una para Mamá. La sala era pequeña pero cómoda y la cocina ya tenía todos los aparatos que necesitábamos.
Después de que termináramos instalándonos en el apartamento, Mamá se fue para buscar trabajo. Nos dijo que iba a preguntar algunas mujeres mexicanas dónde trabajaban y con esta información, buscar trabajo similar. Nos dijo que si necesitara dos trabajos buscaría dos. También me dijo a mí que cuando averiguáramos cuáles horas duraba la clase yo también necesitaría buscar trabajo. Le dije que ya sabía y que no tenía que preocuparse.

Ella no regresó hasta las diez por la noche y la esperé despierto en la sala vacía.
—Hola, Pancho —dijo—. ¿Por qué estás despierto?
—Esperándote, claro, —dije—. ¿Tuviste suerte?
—Sí, mucho. Voy a trabajar para tres familias como ama de llaves. Diez dólares por hora.
—¿Cuantos pesos son un dólar?
—No tengo ni idea, mijo. Pero creo que es suficiente.
—Muy bien.
—¿Ya duermen tus hermanos?
—Sí, claro, pero el Alejandro te extrañó.

Esta noche, nos acostamos en el piso sin calchónes ni mantas.

El día siguiente Mamá nos despertó a mis hermanos y yo a las 7:30 por la mañana.
—¡Vámonos! —dijo—. Es la hora para registrarse por la escuela.
Todavía me dolía la espalda pero a mí no me importaba nada. Estaba emocionado por empezar clases de Los Estados Unidos.
Alejando caminó a la sala y abrazó a Mamá.
—¿Mami? —dijo—. ¿Por qué no puedo yo asistir clases como Julia y Pancho?
—Porque no tienes años suficientes, mijito —contestó—. Algunos más años y puedes asistir a la que se llama “Kindergarden.”
De repente recordé que habíamos llegado en California con nada excepto un poco ropa y las cosas más importantes. Yo no tenía ninguna cosa para clase. Tenía una mochila que usé para llevar mi ropa y tenía un cuaderno que usaba para escribir y dibujar en el barco. Tenía un lápiz y dos plumas (con tinta azul y negro). Estas cosas eran útiles, pero dudaba que fueran suficientes para las clases de Los Estados Unidos. Todavía no me importaba. Había oído que las escuelas en Los Estados Unidos eran muy ricas. Quizá tendrían algunas cosas que pudieran darme sin que yo pagara.
Mamá no parecía saber que no teníamos artículos de la escuela y por eso no dije nada.

—¿Qué esperas, Pancho? —me preguntó Mamá—. Vístete.
Con prisa fui a mi mochila para buscar ropa limpia. Solo pude encontrar limpia ropa interior y una camisa limpia.
—Mamá —dije—. Tengo que lavar mi ropa. No tengo ná.
—Vas a tener que arreglarte con lo que hay. —Me contestó.
—Este siempre es lo que hago sin problema, Mamá.
Por eso me vestí en ropa un poco sucia que olía como naranjas y regresé a la sala.
—¿Cómo se llama la escuela que vamos a asistir, Mamá? —Pregunté, mirando sobre la ventana.
—Algo en Inglés que yo no puedo entender —me contestó—. Pues, Pancho, tú vas a asistir en colegio y Julia va a asistir una escuela primaria.
—Pues, ¿que hago si no pueda entender lo que pasa en la clase? No tendría ninguna persona para ayudarme.
—Tú tratarás y todo irá bien. Así es la vida. Las clases son muy importantes porque en Los Estados Unidos hay tantas oportunidades si las agarres. Sin educación, no hay ninguna.
—Pero, ¿Me van a enseñar Inglés o no?
—No sé, Pancho. No me preguntes. La única cosa que puedo hacer es llevarte a la escuela. ¿De acuerdo? Vámonos.
En casi todo, estuve muy confundido pero no me importaba. Me quedé callado mientras esperábamos en la pasada del bús, y mientras subíamos el bús numero 27 y mientras bajábamos el bús y mientras caminábamos al colegio.
—¿Qué tienes, Pancho? —me preguntó Mamá—. Estás comenzando a preocuparme.
—¿Por qué? —Pregunté.
—Porque normalmente hablas demasiado y ahora no dices nada. No es propio de ti.
No le contestó. Estaba pensando en cosas más grandes como mis nuevas clases. ¿Tendría amigos? ¿Sacaría buenas notas?
De repente llegamos a la escuela. Era un edificio más o menos grande pero muy bonito. Era de ladrillos y tenía ventanas gigantes y brillantes. No era nada como la escuela en Guadalajara, que era pequeña, sucia y tenía sola una ventana que siempre estaba rota.
Me empecé a preocupar. ¿Cuántas clases puede caber un edificio así? ¿Ciento y cincuenta? ¿Más? No, creo que menos.
—Pancho, —dijo mamá—. Ven conmigo, no te quedes allí.
Los seguí a mi mamá y mis hermanos hacia la escuela con miedo. Estudiantes blancos y negros y chicanos nos pasaron hablando la idioma que no pude entender para nada; Inglés.
Caminamos a la oficina del secretario para matricularme.
Fue en este momento que me di cuenta que ninguno de nosotras iban a poder entender lo que dijera el secretario. No iban a poder matricularme para nada, ni tampoco deducir lo que debiéramos hacer para mi educación.
Entramos la oficina y una mujer nos dijo algo en Inglés que posiblemente fuera un saludo. De todas maneras, no la entendí y me preocupó.
—Hola, —dijo mi mamá sonriendo—. Mi hijo necesita asistir algunas clases. ¿Usted puede ayudarnos?
La mujer la miró con una expresión confundida y levantó el teléfono. Unos minutos después, un hombre Latino entró la oficina.
—Hola, soy Ángel, —dijo.
Nosotros también nos presentamos.
—¿Cómo está? —Dijo a mi mamá—. ¿la puedo ayudar?
—Sí, —contestó mamá—. mi hijo necesita matricularse por algunas clases.
—Pues Señora, necesitaremos papeles de identificación y expediente académico de tu trimestre pasado. ¿Usted tiene estas cosas?
—No, Señor pero mi hijo es muy inteligente. Lo verá si le de la oportunidad.
—Su inteligencia no es cuestión. Simplemente es que necesitamos papeles. Lo siento, Señora, necesitará volver cuando tenga usted los papeles.
—No hay excepciónes?
—Pues, habíamos aceptado a unos niños sin el expediente académico pero solo en situaciónes especiales. Además, todavía necesitamos los papeles de identificación.
—¿Para que le sirven?
—Para saber que ustedes no son asesinos o presidarios. Para la seguridad.
—No es justo. Mírenos. No somos delincuentes.
—Señora, no está en mis manos. Por favor regrese cuando tenga usted los papeles. Hasta ese momento, por favor váyanse ustedes.
El hombre se fue de la oficina con prisa.
—¡Qué maleducado fue este hombre! —Exclamó Mamá—. No nos ayudó nada. ¿Qué vamos a hacer? Ustedes tienen que asistir clases.
Nos fuimos de la escuela y nos sentamos en un banco de un parque cercano.
Nadie dijo nada porque todos sabíamos que Mamá estuvo furiosa. Lo peor parte fue que el hombre que nos ofendió era un Latino y no un gringo. En ese momento me di cuenta que todos los Americanos eran iguales, no importa su origen ni su género ni su creencias religiosas. Todos eran iguales, y no era justo.
Mamá suspiró y puso la cabeza en las manos.
—¿Pancho? —Me dijo—. Qué vamos a hacer ahora?
—¿Tú quieres mi opinión? —le pregunté, impactado.
—Sí, mijo. Eres casi hombre. Ahora necesito tu ayuda.
Pensé por unos minutos sin decir nada y después saqué una idea.
—Mamá, —dije de repente—. No somos los únicos Mexicanos en California sin papeles, ¿verdad?
—Supongo que no, —respondió— .¿Por qué? ¿Qué dices?
—¿No es posible que pudiéramos preguntar a un otro inmigrante ilegal lo que hizo él?
—Sí, Pancho es una buena idea pero no hay fiestas de inmigrantes ilegales. ¿Cómo vamos a encontrarlos?
—No sé, Mamá. Quizá……Quizá hay inmigrantes en los restaurantes mexicanos auténticos. O quizá en tu trabajo como ama de llaves.
Mamá pensó por unos minutos y esperé con paciencia.
—Pues, —dijo mamá—. Tengo que trabajar en más o menos una hora. Yo voy a trabajo. Por mientras, lleva a tus hermanos a casa y después, véte a buscar un inmigrante que pueda ayudarnos. Yo también voy a buscar un inmigrante cuando esté trabajando.
—OK —dije yo—. Buena suerte, Mamá.
—Buena suerte mijo.
Y ella se fue a trabajo, dejándome con los niños pequeños.
—Pancho, —dijo Julia—. Tengo una pregunta.
—¿Cuál es tu pregunta? —le pregunté.
—¿Es posible que jamás no vamos a clase?
—No, no es posible, porque yo voy a encargarme de esto. No te preocupes.
—OK, Pancho.
—OK, vamos a casa ya.

Lentamente nosotros caminamos a la pasada del bús, tratando de recordar de dónde vinimos. Finalmente subimos el bús 27 de nuevo y regresamos a casa.
En casa intenté encontrar ropa más elegante. No quise ir a un restaurante viéndome como un hombre sin techo, no importaba si fuera a comer o no.
Encontré una camisa blanca sin manchas pero con muchas arrugas. Estuve muy emocionado para encontrar otros inmigrantes como yo. Tuve la idea que quizá pudieran ser mis amigos y no tendría que estar sólo en la escuela o en los fines de semana.
Me peiné el pelo y me lavé la cara y me fui para encontrar los restaurantes. Mi mamá me había dicho que había un distrito de mexicanos alrededor el sur de Oakland. Por eso, fui en un bús a ciegas, sin saber a dónde fui.
En el bús, había una chica sentado atrás hablando por teléfono en Español.
Aleluya, pensé caminando hacia ella, listo para presentarme. Me senté al lado de ella y esperé hasta que colgó el teléfono.
—Hola, —dije—. Yo soy Pancho. ¿Cómo te llamas tú?
—Yo soy Evangelina, —dijo ella.
—Mucho gusto. Pues, ¿de dónde eres?
—Yo nací aquí. ¿Tú?
—De Guadalajara.
—Muy bien. Tuve un viaje a Guadalajara alguna vez.
—¿Sí? Muy bien. Pues, no te quiero molestar, pero me estuve preguntando si pudieras ayudarme.
—Seguro, Amigo. ¿Con que?
—Estoy buscando un distrito que tiene muchos inmigrantes ilegales. Eso es porque tengo que pedirles ayuda con algo de la escuela.
—¿Qué pasó con la escuela? ¿No te aceptaron?
—No para nada. Mi mamá les rogó y todo. Fue un desastre.
—Me parece así. Yo creo que te puedo ayudar.
Estuve tan feliz porque esta chica fue tan amable. Desde que me había mudado a Los Estados Unidos, no había conocido a ninguna persona así.
—Gracias, —le dije—. No puedes saber cuanto me vas a ayudar.
—Ninguna problema, —me dijo—. ¿Cuál escuela quieres asistir?
—La que se encuentra en Avenida 45 y Calle Fisher.
—Pues, ¿El colegio John F. Kennedy?
—Sí, creo que sí.
—Muy bien.
—¿Cuál escuela asistes tú?
—El colegio privado en calle 156. ¿Lo conoces?
—No, no conozco nada. Me acabo de mudar aquí.
—¿Sabes algo de Inglés?
—Ay, no. Lamentablemente.
—Lo aprenderás muy rápido. He oído que es muy fácil cuando empieces.
Sonreí por la alegría oír eso. Había estado pensando que no podría aprender Inglés y por eso no podría sacar buenas notas. Ella me dio a menos un poco confianza. También me dio la esperanza que hubiera más gente amable como ella que me ayudarían. No era un niño increíble, a quien todo el mundo corría para ayudar. Solo era un niño que buscaba aprobación y éxito.
A Evangelina la seguí cuando se bajó del bús y caminamos por un calle muy diferente de las otras. Esta calle tuvo muchas tiendas mexicanos y también todos los letreros (menos los de los calles como “STOP”) fueron en Español.
—¿Por qué no he visto este barrio? —Le Pregunté a Evangelina.
—No sé, —rió ella—. Pero ya lo has visto.
—¿A dónde vamos?
—Hay un restaurante de propiedad de una familia que conozco yo. Cuando los padres se mudaron aquí, tuvieron tres hijos de la edad para asistir la escuela. Ahora tienen papeles pero al principio, no tuvieron nada. Pero los hijos se graduaron.
—Entonces, ¿me pueden ayudar?
—Yo creo que sí. Si no, hay otros. Pero esta familia a mí me asombra.

Encontramos el restaurante y entramos. El olor me dio mucha hambre. La comida debió de ser increíble. El restaurante estuvo lleno de mexicanos comiendo de platos gigantes, llenos de comida.
Caminamos a la cocina para encontrar al hombre de la familia y presentarme. Él era un hombre bajo con muchas canas pero mucho espíritu. Nos presentamos y nos sentamos en una mesa para hablar de mi problema.
—Esta fue una problema para nosotros también, —dijo él—. Pero tuve suerte. Conocí a un hombre que creaba los papeles falsos. Creo que todavía tengo su numero telefónico…
Él se fue a un cuarto atrás y lo esperamos por unos minutos.
—¡Esto es perfecto, Evangelina! —dije—. ¡Me va a dar los papeles que necesito para matricularme por el colegio!
—Cálmate, —rió—. Todavía no ha pasado. Además, es posible que te cueste dinero.
—Pues, agarraría dinero si ese fuera el caso.
En este momento regresó el hombre. Tuvo en papel viejo con manchas de café.
—Perdón, —dijo el hombre—. Es un poco difícil leer. Pero esto es el numero. El hombre se llama Juan López. Creo que todavía te puede ayudar.
—¿Y cuánto cuestan estos papeles? —interrumpió Evangelina.
—Ay, nos costaron 50 dólares. Fue una pesadilla porque no tuvimos dinero suficiente pero él nos permitió pagar solo 10 dólares por mes.
—Perdóname, —Dije yo, un poco frustrado—. Pero yo no he aprendido cuantos pesos son de un dólar.
—Un dólar es igual que más o menos 12 pesos. —Dijo el hombre—. ¿Todavía tienen tu familia y tú pesos?
—Sí, tenemos.
—Ustedes pueden ir al banco para convertirlos.
—¿De verdad?
—Sí, hay muchos bancos que pueden hacerlo.

Agradecí al hombre para toda su ayuda y Evangelina y yo nos fuimos del restaurante. Ella me acompañó a la cabina telefónica para llamar a mi mamá. Le dije por teléfono el plan y me dijo que lo iba a hacer el día siguiente. Estuvo muy feliz y agradecido por Evangelina. También le conté a Mamá lo que pasó con Evangelina, que la había conocido por pura casualidad. Me ordenó: “¡Sé un caballero!” Por eso reí y colgué el teléfono. También invité a Evangelina a cenar en mi casa. Le advertí que no teníamos muebles ni mucha comida pero de todos modas ella aceptó.
Tuvimos una cena divertida de arroz con pollo y frijoles. Parecía que a Evangelina no le importaba la condición de nuestro apartamento. Me gustaba esta chica. Era tan tolerante y abierta. De hecho, deseba que todos los Estadounidenses fueran solo un poco más como ella.

Después de que cenamos en casa, se fue Evangelina y Mamá se fue para llamar a Juan López. En este momento, tuve fe en nuestros futuros como Norteamericanos.

Uno

Capítulo Uno


Desde era niño, me he sentido normal, nada del otro mundo. Asistía la escuela local y cuando cumplí diez empecé a trabajar. Trabajaba en una tienda pequeña, lavando los pisos y a veces vendiendo la pan y leche. Sacaba buenas notas en lo mayoría de mis clases y nunca le lastimaba a mi mamá. Pero nadie nunca pensaba que yo, Pancho, podría ser algo más.
Iba a trabajar como obrero de la construcción o granjero o quizá iba a fundar un negocio pequeño en mi ciudad natal: Guadalajara.
Pero, la verdad es que no voy a hacer ninguna de esas cosas porque cuando tuve 16 años mi familia (incluso yo, mi mamá, mi hermana Julia y mi hermano Alejandro) se mudó a Los Estados Unidos. En casi todo, la mudanza no era nada mala, pero me causó pensar detenidamente en lo que fuera yo a hacer con el resto de mi vida. Todos mis amigos siempre me habían dicho que en Los Estados Unidos, alguna cosa era posible.
En realidad, esto me llenó de esperanza. Quizá quisiera ser como los hombres que había visto en la tele. Los Estadounidenses que tenían la familia perfecta y el trabajo perfecto y cada cosa que él podía querer. ¡Ay! Como quería vivir así.
Ya sé que parece perfecta, la vida de un Estadounidense, pero como yo la viví no era como un sueño nada. Para viajar a Los Estados Unidos, mi familia y yo tuvimos que quedarnos en un barco por días y días sin sol y por la mayoría parte sin comida. Después de solo dos días en el barco, ya yo no pude dormir. Mis hermanos dormían por más o menos siete horas cada noche y a veces, cuando mi mamá no pudo dormir tampoco, jugábamos cartas o hablábamos de nuestros sueños de Los Estados Unidos.
Mi mamá esperaba que encontrara ella un novio. Un hombre que podría cuidarnos a mi mamá, mis hermanos y yo. Quizá se casaría con un gringo que le daba a ella el respecto que se merecía.
—Y —me dijo una vez—, si él no me lo da, lo dejaremos por otro hombre. Quizá un mexicano, ¿no? ¿Te parece bien?
—Sí Mamá, —le dije—. ¿pero que hago yo? ¿Cuándo se casan las chicas Estadounidenses?
—Creo que en Los Estados Unidos se puede casar a los 18 años. Pero, Pancho, tú no vas a tener ninguna problema con las chicas en Los Estados Unidos. Eres tan guapo y respetuoso.
Por eso sonreí. Mi mamá y yo siempre habíamos tenida una relación especial. Yo le trataba con respecto y a mi ella me trataba con respecto también. Siempre ayudaba cuidar a los niños y ella me motivaba tener éxito en trabajo. Nunca discutíamos y nunca me tenía que castigar. Era como ya dije, una relación especial.

Una noche, finalmente me dormí en nuestro espacio pequeño del barco. Era de verdad un milagro, pero el milagro real era que cuando me desperté y caminé a la proa del barco, vi por la primera vez la tierra de Los Estados Unidos. Cuando me di cuenta de lo que estaba viendo, casi salté con felicidad. Miré alrededor para buscar un reloj. Quería despertar a mi familia para no a la una por la mañana o algo así. En ese caso, podían esperar hasta que llegáramos de verdad.

Seguí viendo mientras nos acercábamos más y más la tierra. De repente, uno de los hombres que trabajaban en el barco me vio y me gritó.
—¡Oye! Niño, ¿Qué haces? ¡Bájate! ¿Quieres que alguien te vea y que tengas que regresar a México?
Me dio tanto susto que no pude entender. Cuando no me moví me siguió gritando.
—¿Me escuchas? —Me preguntó—. Dije quítate de allí, ¡Ya!
Finalmente entendí y por eso regresé corriendo a nuestro espacio pequeño para esconderme. No quería regresar a México después de todo eso. Después de tantas noches sin dormir y con dolor de la espalda y la cabeza. Después de tantas noches sin comida ni sol. Después de todo, iba a Los Estados Unidos de todos modos.

Cuando finalmente llegamos a la tierra de California desperté a mi familia. Primero se despertó Mamá.
—¿Qué pasó, Pancho? —Me preguntó—. ¿Hay problemas?
—Ninguna, Mamá, —dije—. Ya llegamos.
—¿De verdad?
Le dije que sí con la cabeza y se levantó, mirando por la puerta.

Para transportarnos, los hombres del barco nos pusieron en un camión con algunos cajones y una lona para escondernos. Había menos espacio que teníamos antes en al barco.
Alejandro empezó a llorar. Fue comprensible porque solo tenía tres años pero lentamente estaba yo comenzando a darme cuenta de que un niño llorando no les fuera a gustar a los hombres. Por eso Mamá y yo tratamos de calmarlo.
—Silencio, Precioso, —le rogó Mamá—. Irá bien.
Me arrastré al otro lado del camión y moví la lona muy poco para mirar por una grieta minúscula. Estaba muy oscuro pero ya sabía que California era tan diferente que México.
—Déjalo, Pancho —Susurró Mamá.
—¿Debemos quedarnos ciegos hasta que lleguemos en quien sabe donde? —Pregunté—. ¿Es lo que quieres tú?
—Es como es. Ahora, ayuda a tu hermano.
—¿Con qué?
—Usar el baño.
Alejandro se levantó y me miró. Sacudí la cabeza y pasé a ayudarlo.
—Mamá, —le dijo mi hermana Julia a Mamá—. ¿A dónde ellos nos llevan?
—A nuestra nueva casa en nuestro nuevo lugar, California.
—¿Cuál parte? —Pregunté yo.
Mamá me miró con frustración.
—Pancho, tú no sabes nada de California. —Me regañó—. ¿Que te importa cuál parte?
Dejé de hablar. Fue como no pude nada de forma correcta. No me enojé porque estaba seguro que Mamá tampoco no sabía a dónde íbamos. No le importaba. Solo quería una vida nueva.

Cuando comencé a pensar que nunca íbamos a llegar el camión se paró de repente. Nadie dijo nada por el temor de ser descubierto.
Oí a los hombres hablando en una idioma que no entendía yo. ¿Inglés? No sabía, pero creía que estaban hablando con un tercer hombre desconocido. Hablaron por algunos más minutos y después un hombre abrió la puerta del camión.
—Vengan, —dijo—. Dénse prisa.
No era un hombre que conocía yo y tenía un acento no mexicano.
Sin embargo nos bajamos del camión y seguimos al hombre a un edificio pequeño. Mamá y el hombre fueron a un cuarto, solos. Pensaba que esto pasó para que mi Mamá le diera el dinero al hombre pero oí unos gritos.
Sin tanto miedo y sin pensar, entré el cuarto para ver lo que pasaba y vi el hombre tratando de tocar mi Mamá.
—¡Oye! —Grité—. ¡No la toques! ¿Qué haces?
Me gritó en su idioma desconocida y se marchó del edificio.
—¡Mamá! —Grité, corriendo hacia ella.
—Estoy bien, —dije—. No debías haber entrado. Te podría él haber matado.
—Yo también estoy bien. ¿Ahora llamamos a la policía?
—No, Pancho. Necesitas saber que nunca podemos hablar con policía.
—¿Por qué?
—Porque estamos en este país ilegalmente. No tenemos ningunos derechos.
—¿Entonces cada hombre puede tocarte como quiere él?
—Pues sí, si no puedo impedirlo.
—No. ¡No es justo! ¿No hay justicia en este país?
—Hay justicia en abundancia, pero no para nosotros. Tienes que entender que en las mentes de los ciudadanos estadounidenses nosotros somos los delincuentes. Sin excepción.
No dije nada más. No pude aguantar mi ira con el país y por supuesto con el hombre que casi violó a mi Mamá.
—No, —dije finalmente.
—¿No qué? —Me preguntó Mamá.
—No soy delincuente.
—Esto ya sé yo, Pancho. Yo tampoco. No es nuestra culpa. Solo buscamos una vida mejor.
—Esto es contra de la ley?
—No sé, mijo. No puedo decirte.
Miré al piso sin decir nada por algunos minutos y después dije:
—Pues, vámonos. No me quiero quedar aquí. ¿Pagaste al hombre?
—No —dijo Mamá—. Pero le pegué.
Reí yo. —Entonces se va a quedar sin pago.
Y nos fuimos del edificio a andar en la calle en busca de un lugar para quedarnos.